miércoles, 18 de marzo de 2009

NADIE


Se despertó incómodo por el sofocante calor que llenaba la habitación, la camiseta que llevaba se le pegaba al cuerpo como su segunda piel, el verano estaba siendo muy caluroso. Además estaba la humedad, más de 30 grados con una humedad tan alta como la de Barcelona hacían que sudases sin ni siquiera mover un dedo. Así que, al ver que ya pasaban de las 11 de la mañana, decidió levantarse para darse una ducha y aliviar, aunque sólo fuese por un rato, el agobiante calor.
Salió de la cama de un respingo, y se extrañó del silencio que entraba por la ventana. No se oía nada. Se asomó para ver la calle y se quedó perpelejo: nada. Nadie. Ni un alma. La calle completamente desietra un lunes por la mañana, cuando el bullicio acostumbra a ser mayor. ¿Dónde estaban todos?.
Decidió pasar de la ducha y salir a investigar, se llevó el móvil y mientras bajaba a por el cohe, llamó a un par de amigos, a su trabajo... había línea pero nadie contestaba.
Llegó al coche y encendió la radio, sólo se oían interferencias. El silencio le estaba poniendo nervioso. Es curioso, estamos tan acostumbrados al ruido que el silencio nos hace sentir inquietos. Condujo durante unos minutos sin rumbo, por su cabeza no paraban de pasar ideas de todo tipo: ¿Una oleada de histeria colectiva provocadapor algún accidente? ¿Una evcacuación masiva? ¿Algún simulacro de defensa civil? ¿Ataque de extraterrestres? ¿Situación de expediente X? Mientras todos estos pensamientos se le dispersaban por la mente un atisbo de esperanza se mantenía en su interior: El silencio y la inactividad urbana no tenían por qué extenderse a todos los puntos de la ciudad; podía ser que en otros barrios la vida transcurriese de la forma habitual. Decidió comprobarlo cuanto antes, así que pisó el acelerador y puso marcha al sitio con más movimiento de personas que se le ocurrió: el aeropuerto.


Recorrió los 35 kilómetros que separaban su barrio del aeropuerto del Prat, aparcó el coche en el párking, sin preocuparse de abonar la cara tarifa. Salió disparado y ni siquiera cerró con llave, no tenía miedo de que nadie le robase en esas extrañas circunstancias. Habían más coches estacionados, pero no se veía a nadie. Entró dentro, corrió a través de todas las salas, en las que habían maletas abandonadas a su suerte, pero de nuevo, ni un alma. Ni empleados, ni viajeros, ni los indigentes que acostumbran a agotar sus horas muertas deambulando por el aeropuerto... nadie. Los aviones estaban estacionados en las pistas completamente vacíos.

Le invadió una fuerte ansiedad, no sabía qué hacer, ni a dónde ir... estaba solo en una ciudad enorme. Quizá en un país enorme. No sabía el alcance que tenía la inactividad, de hecho empezaba a pensar que era posible que se extendiese más allá de las fronteras estatales.

Se le aceleró el corazón y empezó a respirar cada vez más apresurado. Necesitaba salir de allí, sentía que se ahogaba, que le faltaba el aire. Así que salió corriendo y cuando estuvo fuera gritó. Aulló con toda la fuerza que fue capaz hasta que las venas del cuello se le tensaron como cables a punto de romperse. Cayó derrotado al suelo y lloró. Lloró como hacía años que no lloraba, como un niño. Se sintió el ser más abandonado de la Tierra. Sin nadie. Lo tenía todo su alcance: podía ir al banco, reventar los cristales y llevarse todo el dinero que hubiese. ¿Pero para qué? el dinero no servía de nada ahora. Todo lo que había vivido, aprendido y hecho hasta ahora no servía de nada. Porque estaba solo.


Entró en el coche y se sentó, volvió a poner la radio pero sólo pudo oír interferencias en todas las emisoras. Siguió llorando hasta que cayó dormido. Soñó: soñó con su infancia, con su hermana y él jugando en el jardín, con su madre que les llevaba unos bocadillos para merendar. Lloró en sueños por saber que no podría volver a tener lo que antes tenía y no supo valorar. Lloró de rabia en sueños, y sintió que prefería no despertar jamás si era para vivir en un mundo vacío.


Le despertaron unos golpes secos. Abrió los ojos y miró por la ventanilla del coche: había una chica morena haciendo gestos para que bajase la aventana.

- ¿Se encuentra bien? - preguntó - Hace mucho calor para dormir en el coche con las ventanillas cerradas, lo he visto y he pensado que sería mejor despertarle, no tiene buena cara, y está sudando-

La miró completamente confundido... ella le sonrió e hizo un gesto de despedirse, en un momento desapareció.

Miró a su alrededor, estaba en el párking del aeropuerto, ahora lo recordaba todo. Estaba agotado, volvía de un viaje de negocios y se quedó dormido en el coche. Posiblemente por culpa del calor había tenido esa horrible pesadilla. Respiró aliviado. Había sido tan real que todavía se sentía aturdido.


Bajó del coche a comprar un refresco en uno de los bares del aeropuerto, y mientras encendía un cigarro pensaba que a partir de ese momento se lo iba a tomar todo con más calma. Sobre todo, iba a valorar más lo que la vida le daba cada día.



2 comentarios:

dark player dijo...

Muy buena
Me ha encantado este relato es del estilo que mas me gusta, te pone en tension te va metiendo la intriga en el cuerpo y finalmente le das tu toque optimista y de esperanza al final, siempre hay tiempo para valorar lo que se tiene.
Besos

La Habitacion invisible dijo...

sabes,antes de que me abandonasen las musas !
me ha gustado tu relato
mi ultimo poema empieza en un sueño
cruzamos cierta linea invisible que divide la logica
del lado oscuro de la luna
diria floyd
y nos encontramos creando
donde las musas abundan como los chinos fuera de china
ja!
bue
señorita sabinera
un plaser pasar por aca
saludos
Esteban