lunes, 31 de mayo de 2010

Agua

Se levantó de la cama de un salto. Se sentía aturdido. Ese extraño olor impregnaba el aire de toda la habitación, aunque no lograba adivinar de qué era.
Entonces supo de dónde venía ese olor: era ella, ella había ido a verle de nuevo. Se dio la vuelta y allí estaba, tan hermosa como siempre, sonriédole desde el otro lado del cuarto. Sus labios, carmesí brillante, carnosos y sedosos, le llamaban dulcemente con esa voz susurrante y sensual que sólo ella sabía poner para él. Se acercó hipnotizado por la preciosa visión que le llamaba hasta llegar a su lado, se situó detrás de ella y la abrazó por la cintura.
- Mi Teresa, cuánto has tardado esta vez... te he echado mucho de menos, te añoro cada día más
- Lo sé mi amor, pero cada vez me es más difícil llegar hasta tí, debes dejar que acabe mi viaje, hace más de dos años que me fui, debes aprender a vivir sin mí, sé fuerte.
- Mi cabeza lo sabe Teresa, pero no puedo borrarte de mi corazón, no puedo. Me hundo, quédate conmigo o llévame contigo, te lo suplico.



Ella sonrió dulcemente y dejó que él acariciase su pelo, su cuello, que la besara y oliera hasta quedarse sin aire.
Él seguía allí, disfrutando de ese instante que la vida, o lo que fuese, le estaba regalando. Apretó fuertemente a su amada, como queriéndola retener para siempre. A su alma, a su energía, a lo que fuese que estaba allí de Teresa. Y volvió a sentir el frío. La humedad y el frío que avisaban de su marcha. Quiso fundirse con ella, apretarla contra su cuerpo para, en un último acto de desesperación, formar un todo que fuese la unión de ambos. Pero no pudo. Se le volvió a escapar entre las manos. Sintió las gotas de agua resbalarse por sus dedos, como el agua llenaba el suelo de su habitación, sintió como Teresa desaparecía de nuevo entre sus brazos, dejando sólo un gran charco de agua.

Se sentó en el suelo, encima del agua que había sido Teresa hacía un instante, y lloró. Lloró hasta que sus lágrimas se confundieron con el cuerpo líquido y frío de su amada.