lunes, 29 de septiembre de 2008

UN DÍA GENIAL


Acabo de llegar a casa y aún estoy alucinando: ¡Vaya día! Con lo mal que ha empezado y ha terminado de la mejor manera que podía imaginar.
El primer incidente ocurrió este fin de semana mientras escalaba, se me cayeron las gafas y se rompieron. Así que este lunes (olvidé mencionar que hoy es lunes) he tenido que ir al trabajo con lentillas, lo que me parece de lo más incómodo.

Otro añadido a mi “maravilloso” día es que hoy han venido los americanos a cerrar la venta de los derechos de la revista, así que no había más remedio que ponerse el disfraz (con “disfraz” quiero decir traje, corbata y zapatos de ejecutivo vanguardista y dinámico, ¡porque una imagen vale más que mil palabras, sí señor!, o al menos eso es lo que mi jefe opina, y no voy a ser yo quien le contradiga). La guinda del pastel es que mi coche está en el taller, le tocaba revisión, así que he tenido que madrugar más para disfrazarme con el precioso traje que, según mi madre, es el último grito y llegar a tiempo para coger el tren - ¡estupendo! Para que nadie del barrio se quede sin verme con estas pintas – pienso mientras me visto medio dormido en mi habitación.

Mientras voy en el tren no puedo parar de pensar que este traje es horrendo, y que mi inglés, un poco arrinconado desde la época de la facultad, no me va ayudar mucho en la negociación con los clientes. A veces, cuando uno cree que todo va a salir fatal, la vida te sorprende, y muy gratamente. La reunión ha salido de fábula, ¡he podido hablar en perfecto castellano y me entendían perfectamente!, además congenié muy bien con uno de los socios, un tal Carlos Suárez, argentino y el que tenía la última palabra en el trato que intentábamos cerrar esa mañana. Se trata de una revista importante y no se podía escapar bajo ninguna circunstancia (todavía espero la felicitación de mi jefe, quizá llegue con las Olimpiadas de Madrid, en el 2016… si llega).
Con ese buen sabor de boca he salido del trabajo, canturreando y pensando que hacía un día estupendo, pero aún me esperaba la mejor parte.

En la estación, siento que la corbata me ahoga, así que decido quitármela y guardarla en la maleta, sólo me apetece llegar a casa y abrir una cerveza para celebrar mi hazaña del día; y, sí, por qué negarlo, estaba deseando quitarme el traje para despanzurrarme en el sofá. Decido sentarme y disfrutar del paisaje urbano que me rodea, mientras relajo mi mente e intento no pensar en nada importante, sólo pensamientos banales. De repente, siento una mirada posada en mí, a través del reflejo del cristal puedo ver una chica joven que me mira con unos ojos como platos. Inmediatamente empiezan a pasar preguntas por mi cabeza: –No puede ser, ¿qué está mirando?, ¿será el traje?, seguro que sí, es horrendo, nunca más haré caso a mi madre; ¿quién te manda fiarte de una señora de su edad para temas de moda?-
Cada vez me pongo más nervioso, por un instante creo que estoy a punto de desaparecer, de desintegrarme, o de volverme un charco de agua sobre el suelo, siento que mi temperatura corporal sube y sube, e imagino que debo estar adquiriendo una tonalidad más bien rojiza, semejante a la de un tomate bien maduro. En ese momento intento superar mi vergüenza y empiezo a fijarme en el reflejo que de esa chica me ofrece el generoso cristal del tren: debe de tener unos 25 años, sus ojos son oscuros y grandes, muy cristalinos y profundos, me transmiten sensación de ternura. Su rostro es bello, creo que es realmente guapa; el pelo es oscuro y le llega por encima de los hombros, me fijo en que el corte no es muy simétrico, puede que antes lo llevara más corto y se lo esté dejando crecer de nuevo.
Ahora me empiezo a fijar en su cuerpo: debe de medir metro sesenta, no es excesivamente delgada, yo la definiría como voluptuosa, un cuerpo con curvas y carácter, como nos gustan a la mayoría de hombres. Hay algo que me impide dejar de observarla, durante un par de minutos nos hemos estado mirando el uno al otro totalmente conscientes ello, y me gustaba. Sus ojos me atrapan, no me dejan apartar la vista de ellos, tienen un brillo especial que me hacen olvidarme del traje, de los americanos y de las gafas; sólo puedo ser consiente de lo que soy: un temeroso y tímido hombre atrapado por su mirada.
Llega el momento de bajar del tren, y resignado, me apeo sin dejar de pensar en ella y sin poder dejar de preguntarme cómo será su voz. -Muy dulce, seguro- me digo a mí mismo mientras camino por el andén vacío de la estación. Un sonido de pasos me aleja de mis pensamientos, me doy la vuelta y la veo allí, caminando a tan sólo unos metros de distancia de mí, me quedo inmóvil mirándola, ella se para y me mira. Durante esos segundos sólo puedo pensar: -¡Aprovecha esta oportunidad! No tienes nada que perder, si quiere tomar un café genial, si no, al menos podrás oír su voz y guardarla para siempre en tu recuerdo- Así que sin pensarlo dos veces le digo:
- ¿Te apetece un café? Parece que hemos tenido un día duro, podemos sentarnos y charlar de todo y de nada, porque el destino ha hecho que hoy coja este tren, ya que mi coche está en el taller, y gracias a eso nos hemos encontrado, no debemos llevarle la contraria el destino, ¿no crees?
Me mira fijamente y asiente con la cabeza, no he podido oír su voz por el momento, lo bueno se hace esperar.

Recapitulando veo que este ha sido uno de los mejores días que he tenido en mucho tiempo. Ahora me voy a dormir con mi mente llena de ella: su mirada, su sonrisa, sus pensamientos… y, cómo no, su voz. No importa lo que tenga que esperar para tener un día como este, esperaré. Porque merece la pena.

viernes, 5 de septiembre de 2008

NO HAY QUE CONTRADECIR AL DESTINO

Estoy sentada en el tren, la noche se cierne sobre la ciudad, y después de un largo día de trabajo lo único que me apetece es llegar a casa, tumbarme en el sofá y tragarme lo primero que den en la tele: cualquier cosa, no me importa. La verdad es que no sólo estoy cansada físicamente, hoy Antonio me ha collado especialmente, no ha parado de acosarme durante todo el día en busca del dichoso informe de ventas. Informe que, por cierto, no tenía ni tengo terminado porque me faltan varios datos del departamento de contabilidad que todavía estoy esperando, y esa es otra, ya no sé qué hacer para que Inma, la contable, me los dé de una vez. Así que mientras mis pensamientos me absorben, decido ponerme el mp3 y escuchar alguna canción que me anime, o al menos, que me haga olvidar el horrible día que he tenido hoy.

En ésas me encuentro cuando de repente me doy cuenta. Sentado delante de mí, a tan sólo un par de asientos de distancia, veo un hombre que distraídamente mira a través de la ventana. No sé por qué, pero su presencia me produce una sensación extraña. Me fijo en sus rasgos: es de estatura media, aproximadamente un metro setenta, lleva el pelo corto y de color oscuro. Su cara me parece familiar aunque desconocida a la vez, no sé por qué, pero me transmite una sensación de seguridad.

Sigo observándolo mientras el tren avanza en la noche y escucho "La Canción más hermosa del Mundo" de Joaquín Sabina. Sus facciones son duras, masculinas; tiene las mandíbulas marcadas y los ojos de un color oscuro, profundos, parece que te puedas sumergir en ellos y nadar, sin tocar el fondo jamás, sin saber qué es lo que realmente esconden. Me doy cuenta de que, aunque a primera vista me ha parecido muy joven, las arruguitas de alrededor de sus ojos delatan experiencias vividas, sabiduría; diría que tiene alrededor de unos treinta y pocos años. Tiene un porte especial que le otorga un atractivo indefinido pero patente, no es el típico chico guapo, pero atrae más que si lo fuera.
Sus labios son finos y la boca es pequeña, me atrevería a aventurar que sus dientes son blancos y perfectamente alineados; seguro que contrastan con su tez morena, que adivino es más producto de la genética que del solárium. Sigue mirando por la ventana sin percatarse de que le estoy escrutando meticulosamente, lo que me anima a seguir haciéndolo.

Me concentro ahora en su esbelto cuerpo, no es el típico "cachas" de gimnasio, pero tampoco tiene la constitución de una persona sedentaria, se podría decir que se cuida, aunque no es un obseso de la estética, lo cual me gusta. Nunca me pareció bueno el hecho de vivir para el culto al cuerpo.
Su ropa denota un excelente gusto, va vestido con traje oscuro y camisa blanca; no lleva corbata aunque es muy posible que se la haya quitado al finalizar la jornada, todos sabemos lo incómodas que son estas prendas. En el suelo cerca de sus pies calzados con zapatos tipo ejecutivo de color oscuro descansa un maletín; por lo que deduzco que se trata de alguien que trabaja en una oficina.

De repente, veo que me está observando a través del cristal de la ventana, observa mi reflejo en él, se ha dado cuenta de que le miro...¿hará mucho rato que me está mirado? Inmediatamente giro la cara e intento disimular mirando la televisión que hay en el tren, y que en ese momento está emitiendo un mensaje publicitario de una tienda de colchones. Siento su mirada posada encima de mí, no deja de mirarme. Te lo mereces - pienso - por cotilla. El tren está a punto de llegar a la penúltima estación, mi extraño hombre se levanta y se dispone a apearse. Sin saber cómo, hay algo que me impulsa a seguirle, es tarde y estoy cansada, pero no puedo dejar de mirar a mi enigmático desconocido.
La estación está vacía, ni siquiera un empleado de los ferrocarriles deambulando por el andén. Él camina por delante de mí, el sonido de sus zapatos se confunde con el del tren que se aleja. Sin esperármelo se da la vuelta y me sonríe, efectivamente sus dientes son blancos, un blanco que deslumbra en la oscuridad de la estación. ¿Un café? - me pregunta - Parece ser que hemos tenido un día duro, podemos sentarnos y charlar de todo y de nada, porque el destino ha hecho que hoy coja este tren, ya que mi coche está en el taller, y gracias a eso nos hemos encontrado, no debemos llevarle la contraria al destino, ¿no crees? - Afirmo con la cabeza,- y me pongo a caminar a su lado. Se llama Emilio, y tiene razón, no debemos contradecir al destino.

jueves, 4 de septiembre de 2008

PRODUCTO DE LA RESACA


La luz del Sol, todavía tímida, se cuela entre las rendijas de la persiana y mis ojos se abren lentamente. Miro el reloj: sólo son las 6:30, demasiado pronto aún para salir de la cama. Me doy la vuelta dispuesta a cerrar los ojos y dormir un poco más, pero un ruido seco me saca de mi ensimismamiento: me quedo inmóvil encima del colchón, pensando qué ha podido ser ese estruendo. El gato, quizá. Empiezo a sentirme más tranquila, sé que Leo es un trasto y que siempre está subiéndose en los armarios y en los muebles, así que es muy posible que haya tirado algún marco o figura.
Entonces enciendo la luz y veo a Leo durmiendo plácidamente en los pies de la cama. Imposible que haya sido él. Decido armarme de valor y bajar las escaleras que conducen al piso de abajo, de donde me ha parecido que provenía el jaleo. Me pongo el batín y las zapatillas y empiezo a bajar, debo reconocer que estoy muerta de miedo, pero sé que no podré pegar ojo si no averiguo qué es lo que está pasando allí. Será una tontería, me digo, un clavo habrá cedido y se habrá caído el cuadro que colgaba de él... o al menos eso espero.
Después de bajar los 25 escalones que separan mi habitación del piso de abajo, que en ese momento me han parecido eternos, me quedo petrificada, incapaz de mover un solo músculo: me ha parecido ver una sombra, una figura que corría para evitar que yo la viese. El comedor está medio iluminado, la luz del amanecer le otorga un aspecto fúnebre y siniestro, como si fuese un decorado de una película de terror, los muebles apenas son siluetas entre la infinidad de sombras que visten la estancia. Rápidamente, mi mente empieza a exprimirse en busca de una explicación lógica a la extraña forma que me ha parecido ver huyendo; seguro que entre las sombras mi vista me ha engañado y mi cerebro, extremadamente imaginativo debo reconocer, me ha jugado una mala pasada interpretando lo que no era.
Me dirijo a la cocina, son las 7 de la mañana, una mañana fría y lluviosa del mes de Febrero. Se me ha quitado el sueño, decido hacerme un café y sentarme un rato para leer la prensa. El café caliente me reconforta y me hace sentir más relajada, poco a poco, va desapareciendo de mi mente la extraña visión de hace un rato, y poco a poco me auto convenzo de que han sido puras imaginaciones mías, - además estabas medio dormida,- me digo.
Mientras recojo la cocina, empiezo a sentir un enorme frío, un frío que se me antoja muy seco aunque fuera esté lloviendo. Voy a revisar el termostato de la calefacción central, está todo correcto, pero yo no dejo de sentir más y más frío, hasta el punto de que cuando respiro puedo ver que de mi boca sale vaho. Empiezo a estar muy asustada cuando compruebo que la calefacción está programada para mantener 25 grados en el interior de la casa, pero que el indicador de temperatura marca 12 grados y sigue bajando a una velocidad alarmante. No entiendo que está pasando.
Mientras intento aclararme para ver qué hago, siento algo que me toca el hombro, me doy la vuelta totalmente fuera de mí, imaginando lo peor.
No sé qué es, jamás he visto algo así: una silueta humana, parece un hombre pero no puedo saberlo con total seguridad, ya que su cara es un amasijo de carne donde apenas se puede adivinar un rasgo humano; no tiene ojos, ni nariz ni orejas. Lo que parece hacer la función de boca es un corte recto y horizontal que va de un lado a otro de su barbilla. Puedo adivinar una mueca de rabia y odio en sus extraños y repulsivos labios mientras me coge del brazo y me obliga a seguirle hasta el comedor. Yo no soy capaz ni siquiera de emitir un sonido, la imagen de esa cosa cerca de mí me sume en un estado de terror y de pánico. Un extraño olor a azufre y a cloaca empieza a inundar la habitación. El tacto de ese ser es en mi piel me produce repulsión, sus manos son húmedas y frías, más frías que el hielo. Mientras me arrastra hasta el sofá puedo darme cuenta de que su piel es de un color indefinido, imposible de catalogar bajo ninguna raza conocida. Es un color verde azulado, como creo que sería la piel de un muerto pasados unos días de haber sido enterrado.
Me tira violentamente al sofá, y entonces puedo ver su cuerpo: es alto, aproximadamente metro noventa, lleva un sombrero de ala ancha negro que hace más difícil ver su cara o lo que tiene por cara. Por vestimenta lleva una gabardina negra que le llega hasta los pies y calza botas militares negras. Es absolutamente aterrador, y el hecho de verlo de arriba abajo me hace despertar de mi estado de shock y me pongo a gritar como una energúmena. Como toda respuesta, me propina un fuerte golpe en la cabeza que me hace perder el conocimiento.
Un fuerte dolor de cabeza me despierta, estoy en mi cama, todo ha sido un sueño, o más bien una pesadilla. Siento que las sienes me laten con fuerza: recuerdo que ayer estuve en el bar con las chicas hasta tarde, y que los tequilas no paraban de circular. La resaca me azota con fuerte, y por lo visto, me hace tener pesadillas. No recuerdo a qué hora me fui a dormir ni cómo llegué a casa. Pero ahora mismo no me importa, me alegra haber descubierto que todo han sido imaginaciones mías, producto del tequila y de la borrachera. Miro el reloj, son las 12 del mediodía, tarde.
De un golpe me levanto de la cama para hacerme mi habitual coktail de aspirinas y calmantes para estos casos; pero antes corro a buscar un papel y un bolígrafo para escribir mi sueño (o pesadilla), me parece una buena idea para ponerla en mi blog.
A veces, si dejamos que la mente vague sin trabas, nos podemos sorprender de las historias que nos cuenta.

martes, 2 de septiembre de 2008

LA HABITACIÓN DEL OLVIDO... NO LA CIERREN POR FAVOR


Ya de vuelta, con sentimientos enfrentados.
Estupendas vacaciones, aprovechadas al máximo; una semana en Menorca, otra en Suiza, compañía muy grata, sol y playa y buenos quesos y chocolates.
A veces sales de tu rutina sin pensar en lo que la vida te depara, el destino muchas veces nos juega malas pasadas. Me fui de vacaciones contenta, esperando pasar dos semanas realmente placenteras. Y así fue, pero la vuelta fue de lo más duro que me ha pasado en este año 2008. Y no me refiero a la obvia depresión post vacacional, ojalá. Me refiero a que me encontré con un problema familiar bastante grande, que terminó de la peor manera posible. Se ha ido una persona muy importante para mí, alguien a quien he querido (y siempre querré) muchísimo.
Y entonces me arrepentí de todas las cosas que no le había dicho cuando pude, de todos los abrazos que no le di y debí darle, de que nunca le dije cuánto le quería. Alguien me dijo hace muy poco que no hay nada peor que arrepentirse de lo que no has hecho, y he podido comprobar cuan cierto hay en esa frase.
Porque pensamos que lo tenemos siempre estará ahí, y cuando menos te lo esperas, te lo arrebatan.

Y me imaginé una habitación, llena de estanterías y lúgubre, sucia y polvorienta, donde se amontonan todo tipo de trastos inservibles; una habitación oscura y olvidada, donde va a parar todo aquello que perdemos a lo largo de nuestra vida, todos aquellos a quien perdemos. Tarde o temprano todos acabaremos en esa habitación, porque tarde o temprano todos formaremos parte del olvido. Aunque nos pese.
A lo largo de nuestra vida conoceremos a muchas personas, personas que nos parecerán importantes y que acabaremos guardando en la habitación del olvido, por voluntad propia o no, como ha sido mi caso.

Debemos intentar no cerrar esa habitación, debemos dejar la puerta entreabierta para no olvidarlo todo, ni a todos.

Con ánimo melancólico me despido, nos vemos en la habitación del olvido.

Saludos a tod@s.