miércoles, 9 de diciembre de 2009

MIEDO

Últimamente parece que el viento sopla con más fuerza que nunca. O así lo siente ella cuando camina por la calle con la bufanda subida hasta los ojos y la cabeza encogida, como si quisiera fusionarse con el resto de su cuerpo.
Las manos en los bolsillos y los puños apretados de manera inconsciente, así parece que el calor se retiene durante más tiempo. Los cascos en las orejas bien colocados, para no oír ningún sonido del exterior. Y camina, camina,camina.
Es casi de noche, aunque apenas son las 5 de la tarde. El invierno se ha hecho fuerte rápido, y de la noche a la mañana se han cambiado las camisetas de tirantes y las sandalias por los abrigos y las botas. Parece que el frío ha llegado definitivamente para quedarse del todo. La canción que suena le gusta, así que sin darse cuenta, acelera el paso y empieza a mirar a su alrededor, las hojas de colores ocres que se diseminan por aquí y por allá bailan un caprichoso y apasionado vals con el viento. Se levantan en espiral para después caer; y vuelta a empezar.
Se enciende un cigarro y sigue caminando, esta vez con la bufanda bajada para poder inhalar el humo del pitillo. Se da cuenta entonces del vaho que sale de su boca, de lo frío que está el ambiente. El tabaco siempre le ha dado una falsa sensación de calor cuando fuma en invierno. Inhala profundamente el humo, sabe que este vicio le matará algún día, pero no es capaz de dejarlo.
Sigue caminando atravesando la ciudad, sin fijarse demasiado en nada ni nadie, absorta en sus pensamientos. Pero hay algo que la saca de sus divagaciones. A lo lejos, cerca del mercado de la ciudad, ve una sombra que se difumina en la negra noche. Hasta aquí todo parece normal, pero lo que le llama la atención es darse cuenta de que, al contrario que ella, este personaje no emite vaho al respirar. Qué siniestro.
Decide aminorar el paso y acercarse. No sabe por qué pero su corazón le late muy fuertemente, está emocionada, excitada. Quizá es lo que necesite ahora mismo, un poco de caña. Sigue caminando hacia la extraña sombra, que resta inmóvil a las grandes puertas del mercado. Al irse acercando, empieza a sentir un fuerte olor a azufre, intenso y molesto, que se introduce y se clava en su pituitaria. Recuerda que su abuela cuando era niña le explicó leyendas y cuentos de espíritus demoníacos; cuando alguno de estos entes se manifestaba, lo podías saber gracias al olor a azufre. O a huevos podridos,como le decía la yaya.

Este olor le hace recordar historias de terror que, leyendas o no, le hacen revivir aún con pánico aquéllos cuentos que la abuela le contaba cuando era sólo una niña. Para la abuela no eran cuentos chinos precisamente.
Se decía en la familia que su abuela y bisabuela habían tenido poderes. Que eran capaces de ver más allá que el resto, de entender más que nosotros. Decían también que era hereditario y genético en las mujeres de la familia, como una especie de don de la naturaleza que sólo las féminas de su estirpe tenían la suerte de poseer. Aunque esta creencia dejó de serlo cuando su madre, una mujer racional y entregada a la ciencia, manifestó que todo eso eran tonterías y habladurías de vieja. Que ella no veía ni oía nada que no viesen y oyesen todos. Así que, desde entonces, el don de las mujeres de la familia pasó a ser un cuento de verdad. Y así lo había interpretado ella siempre.

Con estos pensamientos está cuando se cruza con el extraño personaje. Éste la mira de arriba abajo, y ella puede sentir ese olor más fuerte, puede oír su respiración ronca y susurrante escapar entre los dientes, puede ver su cara abrupta y malformada gracias a la tenue luz que la luna brinda. Pero no puede ver el vaho, ni sentir su aliento. Parece que ese ser está muerto. O al menos, parece que no es un humano.
Al cruzarse con él, acelera el paso sin saber por qué, de nuevo el corazón trota en su pecho y la hace sentir viva. Aunque recuerda esa sensación: es el miedo, miedo que no había sentido desde las historias y leyendas de la familia. Miedo irracional pero patente. Miedo que se le hace difícil de controlar. Se le hace difícil no echar a correr como alma que lleva el diablo. Como un niño que huye del hombre del saco. Pero es una adulta, y no puede dejarse sobrepasar por eso. Es sólo eso, química. Todo lo que siente en su interior son reacciones químicas, se repite continuamente.



Ahora no le molestan ni el viento ni el frío, ni siquiera les presta atención. Sólo piensa en huir, huir de esa terrible imagen que ha visto. Huir lejos y olvidarla, o enterrarla en lo más profundo de su psique. Se gira para comprobar que todo sigue bien, pero allí está, igual, con la misma pose estática, pero ahora ya no en las puertas del mercado, sino cerca del puerto, a tan sólo 10 metros de ella. Se ha acercado. Y ella vuelve a mirar al frente y sigue acelerando el paso, deseando que todo sea un sueño o una alucinación. Ahora casi está corriendo. El olor a azufre sigue siendo penetrante, parece como si la persiguiese. Para sus adentros reza las pocas oraciones que sabe (educada bajo una doctrina totalmente laica, sus padres nunca le inculcaron fe; solamente una: creer en lo que se puede demostrar, lo demás, no existe.) Sigue huyendo mientras todos estos pensamientos la acechan, hacen que esa sensación infantil de miedo visceral se agrande y la invada por completo. Está totalmente aterrada. Se vuelve a girar: su perseguidor (ya está segura de que lo es) se encuentra ahora a tan sólo unos pasos de ella, si saltase, la alcanzaría sin problemas. Ahora puede fijarse en sus ojos: son totalmente blancos, como si no tuviesen retinas. Aunque parecen unos ojos secos y sin capacidad para transmitir información visual al cerebro, se da cuenta de que ven y miran. Se da cuenta de que la buscan. Todo transcurre en un segundo, el extraño personaje está demasiado cerca, la está oliendo, busca su aroma. La busca a ella. De repente, él la mira fijamente con esa mirada vacía y siniestra, unos ojos que le hace sentir frío desde dentro hacia afuera. Se estremece con esa sensación. Él le sonríe y le deja ver una dentadura marrón y con pocos dientes. Esa sonrisa es lo último que necesita para salir, ahora sí, huyendo pies para que os quiero. (Como el niño que huye del hombre del saco, ya no importa decir que ese miedo es quien está controlando ahora sus actos).

Sigue corriendo y corriendo, sin mirar atrás y sin dejar de sentir ese olor a azufre. Está atemorizada. Está segura de que lo tiene detrás de ella, caminando pero yendo demasiado rápido para un ser humano, persiguiéndola. Corre tanto que pierde uno de sus zapatos, pierde el mp4 y hasta el bolso. No le importa, sólo piensa en no perder la vida. A lo lejos, ve el bloque de apartamentos en el que vive, y una ligera sensación de alivio y protección quiere aflorar, pero el propio miedo visceral no le deja. Sigue corriendo. Todo lo rápido que dan sus piernas, sin pensar en que va medio descalza y llorando, sólo piensa en llegar. Llegar a casa y cerrar la puerta tras de sí.
Por fin entra en el portal. Decide subir por las escaleras, estar en un espacio tan cerrado y pequeño como el ascensor cuando “algo” como eso te persigue no parece muy buena idea. Sube los 4 pisos hasta su apartamento en menos de un minuto, por fin, llega a casa y cierra la puerta.
Su respiración está totalmente agitada, le duele la garganta y el pie que ha perdido el zapato está ensangrentado y herido. No sabe cuándo perdió el zapato, no sabe cuántos metros habrá corrido sin él. Se apoya en la puerta, se deja caer abatida y no puede evitar echarse a llorar como una niña.

De pronto empieza a oír algo, una especie de ronroneo, un sonido... como de arañazos. Alguien está arañando la puerta de su apartamento. Y ella está allí, encerrada. Empieza a pensar que quizá no ha sido tan buena idea ir a casa.

Ahora los arañazos son más fuertes, más continuados y más insitentes. Escucha una risa gutural al otro lado. Está segura, es él.

Quizá su abuela no estuviese tan equivocada como decía su madre. Quizá, sólo quizá, “eso” de detrás de la puerta sólo es capaz de verlo ella. A partir de hoy, si sale de ésta, aprenderá a creer un poco más en cuentos de viejas.