martes, 21 de abril de 2009

UN LARGO VIAJE




Marta.

Cerró la puerta tras de sí, era noche cerrada y el viento azotaba con fuerza, las farolas iluminaban ténuemente las calles, encendió un cigarrillo y echó a andar, sabía que no iba a verle nunca más, sabía que lo dejaba, a él y a su casa, para siempre. No le importaba, todo estaba decidido ya hacía meses. Pero era hoy cuando se había atrevido a dar el paso definitivo. Así que con paso ligero torció en la primera esquina a la derecha, no quería que ningún vecino la viese por casualidad, y sacó su móvil para llamar al taxi que la llevaría al aeropuerto. El avión salía a las 6 de la mañana, eran las cuatro. Sabía que llegaría con tiempo de sobras para facturar su equipaje y desayunar, ojear alguna revista e incluso escribir en su diario.
Se sintió plenamente feliz, por fin era ELLA, Marta, la misma Marta de cuatro años atrás, cuando conoció a Pablo. Casi se había olvidado de la sensación de alegría que se siente cuando consigues, por fin, llevar tú misma las riendas de tu vida. Sin nadie que te juzque o que te diga "ya te lo dije". Pensó en Pablo, en la cara que pondría al despertar y ver que no estaba en casa (se daría cuenta cuando viese que no estaba el desayuno preparado, era lo único que le interesaba de ella a ésa hora de la mañana), y se dibujó en su mente un retrato robot de la expresión de su ex marido (¡ex marido! creía que jamás podría referirse a Pablo como tal) cuando viese la carta que había dejado para él en la mesa de la cocina. No pudo evitar que una amplia sonrisa orgullosa le recorriese la cara. Una sonrisa que decía "¡He ganado, gilipollas, jódete!
Un coche giró la esquina, era su taxi. Su sonrisa estalló en una carcajada de júbilo y éxito que rompió el silenció de esa noche oscura. Subió al taxi dejando atrás toda una vida, camino de otra, pero ésta de verdad. Cuando el coche subió de nuevo por su calle, observó lo que había sido su casa durante casi diez años hasta que desapareció en la noche, como si en realidad jamás hubiese estado allí. Ella y los seres que la habitaron algún día. - Así es - pensó - ni la Marta que ha vivido allí ha existido jamás, ni tampoco su marido, ese tal Pablo - Miró hacia adelante todavía con una sensación de energía renovada que la hacía sentir más viva que nunca. - ¿Así que al aeropuerto? - preguntó el taxista - ¿Viaje de negocios o de placer? - ella pensó su respuesta un par de segundos - placer - dijo - de hecho, creo que será el viaje más largo y placentero de mi vida - .El taxista sonrió y siguió conduciendo camino del avión que llevaría a Marta a Nápoles, la ciudad que le brindaría la oportunidad de empezar de nuevo.

Pablo.

Sonó el despertador, como siempre, demasiado pronto. Eran las siete en punto de la mañana, se dio la vuelta y vio con algería que Marta ya no estaba en su lado de la cama: Así habría desayuno listo y llegaría temprano a la oficina, tenía que terminar de perfilar unos informes para la reunión de esa misma tarde con los alemanes. Así que salio de la cama y se encaminó a la ducha, se lavó los dientes y se acicaló con uno de sus trajes, como siempre cuando venían los alemanes a pasar revista.
Bajó corriendo las escaleras, gritando:
- Marta, ¿qué has preparado para desayunar? - pero no obtuvo respuesta alguna.
Entró en la cocina y se extrañó al no encontrar a Marta allí, ¡ni el desayuno!. Se enfureció de veras. Ahora llegaría tarde y no podría dedicar el tiempo suficiente a los informes. Gritó con todas sus fuerzas - Marta, joder, ¿dónde coño te has metido? - nada, no se oía ni un alma.
Revolvió toda la casa ciego de furia, pero Marta no estaba por ningún lado. Entonces se preparó un café y se sentó encima de la mesa. Una hoja de papel cayó al suelo. Parecía una carta, estaba metida en un sobre, y con la letra de Marta había escrito su nombre, Pablo. Así que la abrió y comenzó a leer:

Al principio sentía que las cosas no hubisen salido bien entre nosotros. Lo sentía de veras. Pero fue pasando el tiempo, no demasiado, y poco a poco mi mente fue volviendo en sí. Digo volviendo en sí porque contigo jamás fui yo. No lo hice voluntariamente, pero ahora me doy cuenta de que así fue.
Tu forma de ser, tus pretensiones... nunca dejaron aflorar mi personalidad. Supongo que por miedo. ¿Y sabes lo que me da miedo de verdad? darme cuenta, ahora que soy consciente de todo, ahora que mi mente es la que era antes de conocerte, me aterra profundamente el darme cuenta de que ése era el principio de de un peligroso camino. Aunque yo tuve fuerzas, o más bien suerte, y lo desandé antes de llegar ni siquiera a la mitad. Porque ésa es la senda que lleva a la incomprensión eterna, al olvido de uno mismo, a perder todo lo que con tanto trabajo has hecho de tí. Yo estuve a punto de perderlo, ahora me doy cuenta, y me alegro de que no haya pasado. Por eso con el tiempo empecé a alegrarme de que las cosas no hubiesen ido bien entre tú y yo.

Yo no busco ningún culplable, pero me gustaría que te dieses cuenta de que no me has conocido nunca, en todo el tiempo que estuvimos juntos, durante todas las conversaciones que mantuvimos, cuando hacíamos el amor... no era yo, sólo mi cuerpo. Y lo que es más importante: no fui yo porque tú nunca me dejaste.
No soy ninguna de tus hermanas, no soy como ellas, ni como tu madre. Tus comparaciones contínuas con ellas me llevaron a un estado de alienación mayúsculo, sin darme cuenta, intentaba emular su forma de ser, sus reacciones, incluso sus gestos... ¿a caso los míos no eran buenos? llegué a creer que no, que no era suficientemente buena para tí. Pero ahora me he dado cuenta: eres tú el que no eres suficientemente bueno para mí. Así que me marcho Pablo.

No te diré a dónde voy, porque no quiero retornar jamás a esta etapa de mi vida, y eso te incluye a tí. Es extraño la delgada línea que separa el amor del odio, ¿no crees?. Me gustaría poder presentarte a la verdadera Marta, pero ya es tarde porque estoy agotada, extenuada. No tengo fuerzas para seguir intentándolo, simplemente no puedo. No te pido que me perdones, porque no me importa. Espero que la vida te trate bien, y que consigas ser feliz con la persona que esté destinada a tí, la mujer que tenga todo lo que tú buscas; estoy segura de que yo no lo soy, aunque me ha costado darme cuenta, ahora lo sé, y por eso me voy.

Te pido que no me busques, simplemente olvídame y empieza de nuevo, espero que tengas mucha suerte.

Se despide para siempre,


Marta.


Se sintió morir. Se había ido. Su cabeza se llenó de todos los temores que había deshechado durante mucho timpo, sabía que no la trataba bien, sabía que la quería mucho más de lo que le demostraba... sabía más de lo que Marta creía. Pero casi es peor ignorar lo evidente que no darse cuenta, y para él ya era demasiado tarde. Encendió un cigarrillo y lloró sentado en la mesa de la cocina, arrugando entre sus dedos el papel que le había hecho sentirse la persona más estúpida y abandonada del mundo. En el fondo de su alma sabía que se lo merecía. - Por no valorar lo que has tenido a tu lado tanto timpo - se dijo - ¡estúpido engreído y confiado!

Leyó la carta una docena de veces, cada vez más hundido y triste. No sabía si podría soportar la vida sin ella, pero le había dicho explícitamente que no la buscase, y eso lo iba a respetar. Ya era hora de empezar a respetar a la persona que más había querido en su vida, y a la vez, a la que peor había tratad sin merecerlo.


Se levantó de la mesa y se ajustó la corbata, la rojez de sus ojos delataba que había estado llorando, así que fue al baño a por el colirio que Marta solía usar cuando salían a tomar alguna copa por las noches, tenía los ojos muy sensibles y el humo de los locales le afectaba en seguida. Recordó cómo le obligaba a cambiarse de ropa si consideraba que iba demasiado escotada o con una falda demasiado corta, una punzada de dolor y rabia le volvió a recordar cuánta razón había tenido ella al abandonarle. Encendió otro cigarro y aspiró profundamente, como si el humo inhalado fuera a conseguir que olvidase toda la mierda que llevaba encima, y apenas eran las ocho y media. Se miró en el espejo del baño y vio un hombre derrotado, abatido y triste. Sin nadie que le apoyase, sin nadie que le deseara un buen día en el trabajo... sin ella. Las lágrimas puganaban por brotar de nuevo, pero se resistió a ello.

Se puso la americana y se fue a trabajar, esperando que el día le ayudase a olvidar lo vacía y oscura que iba a estar la casa esa noche cuando regresara.