jueves, 4 de septiembre de 2008

PRODUCTO DE LA RESACA


La luz del Sol, todavía tímida, se cuela entre las rendijas de la persiana y mis ojos se abren lentamente. Miro el reloj: sólo son las 6:30, demasiado pronto aún para salir de la cama. Me doy la vuelta dispuesta a cerrar los ojos y dormir un poco más, pero un ruido seco me saca de mi ensimismamiento: me quedo inmóvil encima del colchón, pensando qué ha podido ser ese estruendo. El gato, quizá. Empiezo a sentirme más tranquila, sé que Leo es un trasto y que siempre está subiéndose en los armarios y en los muebles, así que es muy posible que haya tirado algún marco o figura.
Entonces enciendo la luz y veo a Leo durmiendo plácidamente en los pies de la cama. Imposible que haya sido él. Decido armarme de valor y bajar las escaleras que conducen al piso de abajo, de donde me ha parecido que provenía el jaleo. Me pongo el batín y las zapatillas y empiezo a bajar, debo reconocer que estoy muerta de miedo, pero sé que no podré pegar ojo si no averiguo qué es lo que está pasando allí. Será una tontería, me digo, un clavo habrá cedido y se habrá caído el cuadro que colgaba de él... o al menos eso espero.
Después de bajar los 25 escalones que separan mi habitación del piso de abajo, que en ese momento me han parecido eternos, me quedo petrificada, incapaz de mover un solo músculo: me ha parecido ver una sombra, una figura que corría para evitar que yo la viese. El comedor está medio iluminado, la luz del amanecer le otorga un aspecto fúnebre y siniestro, como si fuese un decorado de una película de terror, los muebles apenas son siluetas entre la infinidad de sombras que visten la estancia. Rápidamente, mi mente empieza a exprimirse en busca de una explicación lógica a la extraña forma que me ha parecido ver huyendo; seguro que entre las sombras mi vista me ha engañado y mi cerebro, extremadamente imaginativo debo reconocer, me ha jugado una mala pasada interpretando lo que no era.
Me dirijo a la cocina, son las 7 de la mañana, una mañana fría y lluviosa del mes de Febrero. Se me ha quitado el sueño, decido hacerme un café y sentarme un rato para leer la prensa. El café caliente me reconforta y me hace sentir más relajada, poco a poco, va desapareciendo de mi mente la extraña visión de hace un rato, y poco a poco me auto convenzo de que han sido puras imaginaciones mías, - además estabas medio dormida,- me digo.
Mientras recojo la cocina, empiezo a sentir un enorme frío, un frío que se me antoja muy seco aunque fuera esté lloviendo. Voy a revisar el termostato de la calefacción central, está todo correcto, pero yo no dejo de sentir más y más frío, hasta el punto de que cuando respiro puedo ver que de mi boca sale vaho. Empiezo a estar muy asustada cuando compruebo que la calefacción está programada para mantener 25 grados en el interior de la casa, pero que el indicador de temperatura marca 12 grados y sigue bajando a una velocidad alarmante. No entiendo que está pasando.
Mientras intento aclararme para ver qué hago, siento algo que me toca el hombro, me doy la vuelta totalmente fuera de mí, imaginando lo peor.
No sé qué es, jamás he visto algo así: una silueta humana, parece un hombre pero no puedo saberlo con total seguridad, ya que su cara es un amasijo de carne donde apenas se puede adivinar un rasgo humano; no tiene ojos, ni nariz ni orejas. Lo que parece hacer la función de boca es un corte recto y horizontal que va de un lado a otro de su barbilla. Puedo adivinar una mueca de rabia y odio en sus extraños y repulsivos labios mientras me coge del brazo y me obliga a seguirle hasta el comedor. Yo no soy capaz ni siquiera de emitir un sonido, la imagen de esa cosa cerca de mí me sume en un estado de terror y de pánico. Un extraño olor a azufre y a cloaca empieza a inundar la habitación. El tacto de ese ser es en mi piel me produce repulsión, sus manos son húmedas y frías, más frías que el hielo. Mientras me arrastra hasta el sofá puedo darme cuenta de que su piel es de un color indefinido, imposible de catalogar bajo ninguna raza conocida. Es un color verde azulado, como creo que sería la piel de un muerto pasados unos días de haber sido enterrado.
Me tira violentamente al sofá, y entonces puedo ver su cuerpo: es alto, aproximadamente metro noventa, lleva un sombrero de ala ancha negro que hace más difícil ver su cara o lo que tiene por cara. Por vestimenta lleva una gabardina negra que le llega hasta los pies y calza botas militares negras. Es absolutamente aterrador, y el hecho de verlo de arriba abajo me hace despertar de mi estado de shock y me pongo a gritar como una energúmena. Como toda respuesta, me propina un fuerte golpe en la cabeza que me hace perder el conocimiento.
Un fuerte dolor de cabeza me despierta, estoy en mi cama, todo ha sido un sueño, o más bien una pesadilla. Siento que las sienes me laten con fuerza: recuerdo que ayer estuve en el bar con las chicas hasta tarde, y que los tequilas no paraban de circular. La resaca me azota con fuerte, y por lo visto, me hace tener pesadillas. No recuerdo a qué hora me fui a dormir ni cómo llegué a casa. Pero ahora mismo no me importa, me alegra haber descubierto que todo han sido imaginaciones mías, producto del tequila y de la borrachera. Miro el reloj, son las 12 del mediodía, tarde.
De un golpe me levanto de la cama para hacerme mi habitual coktail de aspirinas y calmantes para estos casos; pero antes corro a buscar un papel y un bolígrafo para escribir mi sueño (o pesadilla), me parece una buena idea para ponerla en mi blog.
A veces, si dejamos que la mente vague sin trabas, nos podemos sorprender de las historias que nos cuenta.

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