miércoles, 11 de marzo de 2009

GOFRES CON CHOCOLATE


Se levantó de un golpe y salió a la calle. La noche era fría y oscura. Las farolas de la calle apenas podían romper la aterradora oscuridad que invadía los rincones, las esquinas y hasta los pensamientos. Los suyos, desde luego.
A pesar del frío y la noche, las calles estaban llenas de gente, era víspera de Navidad, y en esa época las tiendas se llenaban de compradores compulsivos que se olvidaban de sus problemas a base de golpe de tarjeta. A ella esas Fiestas le deprimían todavía más. Se ajustó el gorro y la bufanda, encendió un cigarro y siguió con su indefinida ruta, siempre hacia adelante, como en la vida.

Llegó hasta el río, el río que cruzaba la ciudad y al que siempre acudía para mirarlo pasar. A veces lo envidiaba, como ahora. El río siempre estaba en constante renovación, podías mirar fijamente a cualquier punto, pero nunca verías exactamente lo mismo. Ella hacía tiempo que sentía la imperiosa necesidad de un cambio en su vida, algo que le incentivase al levantarse por las mañanas. Algún motivo que la empujase a seguir en el juego. Pero no lo encontraba.
El viento sopló con fuerza y azotó sus cabellos, el frío era cada vez más intenso. Allá a lo lejos podía ver el bulevar, lleno de gente que ahora parecían pequeños seres yendo aquí y allá. Parecían felices, y deseó poder ser uno de ellos. Aprender a conformarse con lo que la vida tiene a bien darte, o con lo que te ha tocado. Pero no podía. Deseaba ser como el río, ser diferente en cada segundo, a cada instante de su vida.
Se sentó en un banco a mirar el horizonte. Inspiró profundamente el frío aire y sintió como sus pulmones se llenaban de él, como se enfriaban con él. El cielo se empezaba a llenar de nuebes grises que presagiaban una tormenta. El viento empezó a soplar más fuerte y empezó a sentir calma en su interior, de repete, sentía que en ningún sitio podría estar tan bien como allí. Se sentía fuera. Fuera del tumulto, de las miradas desconocidas y de la gente. Por un instante pensó que le gustaría poder quedarse allí, sentada en el banco observanso el río pasar y dejando que sus cabellos se alborotasen a merced del viento caprichoso. Ojalá ese río le enseñase a entender la vida, las personas y el mundo que la rodea, que a veces se le antojan imposibles de entender.

Desde pequeñita le habían enseñado que el orden era la base en cualquier persona que se pudiese llamar digna. Le habían enseñado a sonreír cuando no le apetecía, a besar a personas que no conocía por educación, a hacer cosas que no deseaba hacer. Pero algo en su interior estaba alerta, en el fondo pensaba que era afortunada, quizá esos sentimientos enfrentados que tenía eran resquicios de sus pulsiones naturales, de animal. Y, aunque en cierto modo le atormenataba, se sentía orgullosa de ello. De no estar alienada completamente, de ser capaz de darse cuenta de lo difícil y antinatural que a veces es el mundo que hemos creado para nosotros. Del alto precio que hemos pagado por vivir como vivimos.

De repente sintió un sobresalto: se había quedado totalmente ensimismada en sus elucubraciones, una música navideña que provenía del bulevar la devolvió al mundo real. Se sentía mejor. Sin darse cuenta había pasado más de una hora, eran las 10 de la noche. Encendió otro cigarrillo y echó a andar hacia casa.
Al llegar al paseo, se encontró con varias parejas que andaban cogidas de la mano, madres y padres con sus hijos, que irradiaban felicidad por las compras y regalos navideños. Se respiraba un aire de felicidad general, el ambiente era cálido a pesar de la fría noche de invierno.
Siguió caminando y paró en una parada ambulante que vendía gofres de chocolate, compró dos, uno de ellos con nata. Sin perder un minuto, aceleró el paso hasta llegar a un edificio rojo con puertas de madera blancas, llamó al telefonillo y esperó. Se oyó una voz de mujer - Si? - ella sonrió, hacía demasiado tiempo que no iba a verla, se sentía culpable por ello. - ¿Mamá?, ¡soy yo, te he traído una sorpresa! -
La puerta se abrió al instante - ella subió las escaleras a toda prisa, una sonrisa de oreja a oreja le recorrio el rostro y esta vez no era en absoluto forzada, - no quería que el gofre de su madre se enfriase.

6 comentarios:

dark player dijo...

Bonita historia, muchas veces no apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos, por eso la gente que lo consigue aprender antes de perderlo consigue un poco de felicidad extra, enhorabuena

Kuny dijo...

Gracias Dark Player por tu visita, y sí, tines razón, debemos aprender a valorar lo que tenemos, porque es mucho, aunque a veces parezca todo lo contrario.

Un beso.

Incitatus dijo...

Y ahora vengo a pagar la visita y me encuentro un bello espacio, lleno de letras y cosas interesante.

Me ha gustado. Y con gusto lo recomendaré también.

Un saludo y un beso.

Cossio dijo...

hermooooooooooooooosa!!!!

por que el otro aldo del charco no esta tan cerquita, ni hablar...
pero deje le digo y bueno tmb les digo a sus demas lectores que este súper blog es toda una dulzura!!! o que no ???

vamos, hay anuncio pa la comuni bloggera q este blog es UN TESORO, DE UNA TREMENDA CHICA ENCANTADORA!!

BESAZOS! HERMOSA

ERES COMO EL REY MIDAS! TODO LO QUE HACE LO HACE DE !!10
--- ERES Fascinate------

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

hello


Just saying hello while I read through the posts


hopefully this is just what im looking for looks like i have a lot to read.