jueves, 11 de febrero de 2010

TE ECHARÉ DE MENOS


Recuerdo cómo llegué aquí. Hace ya muchos años, o al menos así lo siento yo, como si hiciese mucho tiempo.
Era una mala racha para una perrita joven y acostumbrada a vivir siempre en casa como yo. De repente, un buen día me encontré sola en la calle, tirada, sin nadie de mi anterior hogar, sin nada que llevarme a la boca.
El verano azotaba con fuerza las calles y el Sol abrasaba todo cuanto se ponía a su alcance. Recuerdo las sensaciones que pasaban por mi mente: miedo, ansiedad, angustia, recuerdos nostálgicos de momentos mejores... todo en mi cabeza era pánico; los coches que pasaban rugiendo, la gente corriendo sin darse cuenta de que yo estaba allí... intentaba decirles algo, mirarles a los ojos y esperar a que alguien se diese cuenta de lo neceistaba que estaba, de cariño y de cuidados; de que alguien me acogiese en su hogar.
Pasaron los días, deambulaba por las calles de la ciudad sin rumbo, usmeando los contenedores de la basura, buscando algo que comer. Poco a poco las fuerzas de perrita joven y sana con las que empecé mi fprzada aventura se fueron marchando, para dejar tan sólo algunas enfermedades causadas por la mala alimentación y la falta de higiene. En cuestión de semanas me eché encima más de cinco años. Y ya sabéis que los años perrunos son "más largos" que los años humanos.

Un día me encontraba yo tumbada en un pequeño porche, un poco escondido de las miradas ajenas y que además me resguardaba del sofocante calor. De repente, vi a tres hombres que, enfundados en un traje uniformado, venían directamente hacía donde yo me encontraba. Quise huir, pero mis pocas fuerzas me jugaron una mala pasada y no me dio tiempo a escapar. Se avalanzaron sobre mí y me metieron dentro de una furgoneta. Estaba segura de que era mi fin. Extrañamente, seguía recordando con añoranza a mi anterior dueño, aunque fuese él quien me dejó tirada en la gasolinera. Aunque fuese él quien me llevase a esa aventura que, estaba ciento por ciento segura, me encaminaba a la muerte.

El camino hasta el centro de acogida se me antojó eterno. Parecía que en cualquier momento iban a parar aquélla furgoneta para obligar a que me bajase y hacer lo propio. Pero no. Llegamos a la residencia, recuerdo que estaba extremadamente débil, apenas pordía caminar por mi misma. Y aquellos hombres me ayudaron. Me llevaron a una habiación donde un veterinario me examinó por completo. No sé qué diagnóstico les debió dar a mis captores, pero no sería demasiado bueno, porque éstos me miraron con ojos tristes. Me pusieron un par de inyecciones y me llevaron a mis nuevos "aposentos".
Se trataba de un puñado de jaulas alineadas, por lo menos alcancé a ver cincuenta mientras me trasladaban a la mía, pero estoy segura de que habían más. Se podían oír muchos gritos de perritos como yo. Todos estaban tristes y, algunos, agotados de vivir. Por fin llegamos a mi jaula; no era muy grande, debía medir unos cinco metros cuadrados, en su interior habían dos perros más: un caniche de color blanco y un pequeño pequinés muy mayor. Al entrar en la jaula se me quedaron mirando, aunque parecían acostumbrados a compartir su "dormitorio" con desconocidos.
Los hombres que me habían capturado improvisaron una cama para mi, con algunas mantas viejas. Me cogieron y me dejaron encima, la verdad es que en la situación en la que me encontraba se me entojó la cama más cómoda del mundo. No podía apenas moverme, estaba sin fuerzas. Recuerdo vagamente que intenté hablar con mis compañeros de habitación, pero estaba tan cansada que no conseguí que mis palabras tuviesen sentido. Caí agotada en un profundo sueño.
Pasaron horas, muchas. Me despertaron una chica joven y un hombre que me obligaron a comer una especie de papilla insípida y densa. Después más visitas al veterinario. Cada día al menos dos veces.
Pasó una semana, y me sentía mejor. Había recuperado parte de mis fuerzas, pero seguía teniendo problemas en el estómago. Todo lo que comía me sentaba mal. Y mi delgadez era extrema, cosa que parecía que preocupaba a mis cuidadores, que era en lo que se habían convertido esas personas.
Un día,cuando llevaba cerca de diez días en la residencia, llegaron unos visitantes inesperados. Y fue la mejor visita que jamás hubiese podido tener. Se trataba de un chico joven, de unos veinte años, junto con una mujer y un hombre de mediana edad. Me vieron tumbada en mi camita y al momento se pararon delante de mi jaula, me sonrieron, y sentí sus voces cálidas llamándome, pidiéndome que me acercara. Yo estaba cansada, y además sentía pánico por toda persona que no fuesen mis cuidadores. Pero entonces recordé cuánto me gustaba cuando mis anteriores dueños me acariciaban, me hacían fiestas y jugaban conmigo. Recordaba todo aquello muy lejano, casi como si hubiese pasado en otra vida. Esos fueron los recuerdos que me animaron a levantarme y acercarme a aquélla gente, y por eso saqué fuerzas para mover mi colita (que fue amputada cuando era tan sólo un bebé, además de las orejas, que me recortaron para que pasaran de ser unas orejas grandes y caídas de perrita bonachona a unas subidas y puntiagudas. Parece ser que así impongo más respeto... cosa que nunca he entendido, porque es lo último que quiero transmitir.) y lamerles las manos, quería demostrarles que era simpática y que agradecía que se hubiesen parado ante mi jaula. Porque desde que había llegado allí, incluso desde que me dejaron en la gasolinera, nadie había mostrado el más mínimo interés por darme algo de cariño, cosa que yo echaba enormemente de menos.
Estuvimos así un rato, conociéndonos, la verdad es que se me antojaron buenas personas. Ellos hablaron un rato con uno de los hombres que me cuidaba, mientras hablaban desviaban sus miradas hacia mi, y me sonreían. Yo movía mi colita. De repente, abrieron la jaula y me sacaron. Estaba asustada, temía que me volviesen a dejar tirada en la calle. Me metieron en un coche y estuvimos de viaje un rato, una media hora; hasta que llegamos a una casa. Una gran casa con jardín, un jardín enorme. Me soltaron allí y me dieron de comer, me prepararon una camita dentro de una habitación resguardada y me acariciaron largo rato. Había más gente. Habían dos niños, de unos quince años, la niña sobre todo estaba encantada conmigo, me besaba, me acariciaba, me abrazaba... me sentía muy feliz. Hacía mucho tiempo que no lo estaba tanto.

Y esta es mi historia. Ahora, después de más de diez años, estoy muy mayor y veo como mi luz se apaga. También veo que mi familia está triste porque ven que me van a perder, y a mi me gustaría poderles decir que no se preocupen, que gracias a ellos volví a nacer y he podido disfrutar de una vida plena y feliz. Me gustaría decirles que les quiero.
Aunque tengo la sospecha de que ya lo saben, porque llevo mucho tiempo demostrándoselo.

6 comentarios:

Incitatus dijo...

Hermosa historia muda.
Cuántas y cuántas más que no tienen un fina digno, no para un ser pequeño, porque ninguno es pequeño, sino para un ser que siente.

Kike LK dijo...

Me ha encantado tu manera de escribir sobre tu perrilla, no se si lo es en realidad, pero desde luego lo parece, a mi me paso algo parecido...en fin, con los animales hay que quedarse con lo bueno que nos dejaron...
Un abrazo Nuria!

Unknown dijo...

bonita historia, Nuria
como siempre denota una sensibilidad especial, y un poco de sensibilidad perruna la verdad en la vida ayuda.
Bonica, espero tener mas noticias tuyas y que te traten bien! besos**********

Kuny dijo...

Gracias a todos por vuestras visitas!
Os escribo desde el curro, últimamente he tenido algunos problemas con los ordenadores de casa, y ando un poco away del mundo blogero...pero no me olvido!

Gracias de nuevo, un besazo a todos!!!!

Núria.

p. Yulep Rikschîjin *live* dijo...

gracias niña para tus palabras, pero no desaparezcas siempre... ¿vale?
un beso ;)

ultimohuesped dijo...

Kuny
Tengo dos perros, chiquitos, me hiciste sacarlos del patio, donde pasan la mayoria del día. Pero es que en ocaciones ladran terriblemente. Me hiciste sentir culpable.